Kakuro
Lluvia de verano sobre los hombros de Levin segando... Me llevo la mano al pecho, conmovida como nunca. Abro uno a uno los paquetes.
Un vestido pareo de seda gris perla, con un cuello chimenea, cerrado por delante por un lazo de satén negro.
Una estola de seda color púrpura, ligera y densa como el viento.
Zapatos de tacón bajo, de un cuero negro de grano fino y tan suave que me lo paso por la mejilla.
Miro el vestido, la estola, los zapatos.
Fuera, oigo a León que araña la puerta y maúlla para entrar.
Me pongo a llorar bajito, despacio, y en mi pecho se estremece una camelia.
Ahora ya sé lo que hay que vivir antes de morir. Bien: se lo puedo decir. Lo que hay que vivir antes de morir es un aguacero que se transforma en luz.
No he dormido en toda la noche.
¿Y saben por qué?
Por supuesto que lo saben.
Por supuesto, todo el mundo se imagina que, además de todo lo demás, es decir, de una sacudida telúrica que pone patas arriba una existencia súbitamente descongelada, algo ronda por mi cabeza de jovencita romántica quincuagenaria. Y que ese algo se pronuncia: "E incluso todo lo que queramos".
Mis camelias
Dicen que en el momento de morir uno vuelve a ver toda su vida. Pero ante mis ojos abiertos de par en par que ya no disciernen ni la furgoneta ni a su conductora, ya no ven nada de este mundo, desfilan rostros queridos y, para cada uno, tengo un pensamiento desgarrador.
En lugar de rostro, en realidad, primero hay un hocico. Si, mi primer pensamiento es para mi gato, no por ser el más importante de todos sino porque, antes de los verdaderos tormentos y las verdaderas separaciones, necesito quedarme tranquila sobre la suerte de mi compañero con patas.
Luego pongo mentalmente el destino de mi gato entre las manos de Olimpia Saint-Nice, con el alivio profundo que nace de la certeza de que lo cuidará bien.
Ahora ya puedo afrontar a todos los demás.
Manuela, amiga mía.
En el umbral de la muerte, te tuteo al fin.
¿Recuerdas esas tazas de té en la seda de la amistad?
Diez años de té y de llamarnos de usted y, al final del camino, un calor en el pecho y de esta gratitud sin límites por quién sabe quién o qué la vida, quizá, por haber tenido la gracia de ser tu amiga.
Cuánto te añoro ya...
Lucien, ¿qué queda exactamente de una vida cuando quienes la vivieron juntos hace tiempo que han muerto? Experimento hoy un sentimiento curioso, el de traicionarte; morir es como matarte de verdad. No es suficiente pues que sintamos alejarse a los demás, aún hay que dar muerte a quienes sólo subsisten a través de nosotros.
Paloma, hija mia.
Hacia ti me vuelvo.
No he tenido hijos, porque no lo quiso la suerte. ¿He sufrido por ello? No. Pero de haber tenido una hija, habrías sido tú. Y, con todas mis fuerzas, lanzo una súplica para que tu vida esté a la altura de lo que prometes.
Y usted, Kakuro, querido Kakuro, gracias a quien he creído en la posibilidad de una camelia... Si pienso hoy en usted es sólo fugazmente; unas pocas semanas no son la clave de nada; de usted no conozco mucho más que lo que fue para mi: un bienhechor celestial, un bálsamo milagroso contra las certezas del destino. ¿Podía ser de otro modo? Quién sabe... No puedo evitar que esta incertidumbre me encoja el corazón. ¿Y si...?
Ahora se pierde usted en la noche, y, en el momento de no verlo nunca más, he de renunciar a conocer jamás la respuesta del destino...
¿Acaso es eso morir? ¿Tan miserable es? ¿Y cuánto tiempo todavía?
Una eternidad, si sigo sin saber.
Última idea profunda
¿Qué hacer
frente al jamás
si no es buscar
el siempre
en unas notas robadas?
Por primera vez, he sentido dolor, tanto dolor. Es como un puñetazo en el estómago, me corta la respiración, tengo el corazón hecho migas y siento retortijones. Un dolor físico insoportable. Me he preguntado si me recuperaría algún día de este dolor. Me dolía tanto que tenía ganas de gritar. Pero no he gritado. Lo que noto ahora que el dolor sigue aquí pero ya no me impide andar o hablar es una sensación de impotencia y de absurdo totales.
Por primera vez en mi vida, he sentido el significado de la palabra nunca. Pues bien, es horrible. Pronunciamos esa palabra cien veces al día pero no sabemos lo que decimos antes de habernos enfrentado a un verdadero nunca más.
Pero cuando alguien a quien se quiere muere... entonces de verdad os digo que uno siente lo que significa, y hace mucho, mucho, mucho daño. Es como un castillo de fuegos artificiales que se apagara de golpe y todo quedara negro. Me siento sola, enferma, me duele el corazón y cada movimiento me cuesta esfuerzos titánicos.
Hemos cogido juntos el ascensor, sin hablar. Parecía muy cansado, más cansado que triste; me he dicho: así es como se ve el sufrimiento en los rostros sabios. No se nota demasiado, sólo provoca la impresión de un cansancio enorme.
Alguien se ha puesto a tocar el piano y se oía muy bien lo que tocaba.
Realmente no tengo ninguna idea profunda sobre esto. De hecho, ¿cómo tener una idea profunda cuando un alma gemela descansa en una cámara frigorífica de hospital? Pero sé que nos hemos parado en seco los dos y hemos respirado hondo, dejando que el sol nos calentara la cara y escuchando la música que venía de arriba. Pienso que a Renée le habría gustado este momento, ha dicho Kakuro. Y nos hemos quedado aquí unos minutos, escuchando la música. Yo estaba de acuerdo con él. Pero ¿por qué?
Pensando en eso esta noche, con el corazón y es estómago hechos papilla, me digo que a fin de cuentas quizá sea eso la vida: mucha desesperación pero también algunos momentos de belleza donde el tiempo ya no es igual. Es como si las notas musicales hicieran una suerte de paréntesis en el tiempo, una suspensión, otro lugar aquí mismo, un siempre en el jamás.
Si, eso es, un siempre en el jamás.
"La elegancia del erizo" de Muriel Barbery, es una lectura que al principio cuesta cogerle el tranquillo, cuando lo hice, volví al principio y comencé a leerlo otra vez, pero de una forma distinta que me hizo sacarle mayor partido para no dejar puntada sin hilo.
Todos tenemos una vida que va más allá de lo que mostramos, sobre todo a esos demás que no ven más allá de sus narices. En este libro se habla de filosofía, de lecturas que nos hacen crecer, de la música que nos transporta a un mundo interior que queremos proteger. Por eso utilizamos las espinas para marcar nuestro territorio, pero sólo unos pocos saben verlo.
Los personajes son:
La señora Michel, o Renée, portera de un edifico de un barrio burgués de Paris, detrás de la cual hay una persona culta y autodidacta.
Manuela, una mujer sabia, de esa sabiduría que da la vida
Paloma, una niña aparentemente mediocre pero que es superdotada.
Kakuro, persona sensible que sabe ver más allá.
A pesar de sus diferencias, se parecen y se reconocen.
Un libro que os recomiendo leer con la pausa que corresponde lo que merece la pena.
Después, ponerles cara a todos estos personajes en la película El erizo