Idea profunda Nº 1
Ansío las estrellas
mas abocada estoy
a la pecera
Aparentemente, de vez en cuando los adultos se toman el tiempo de sentarse a contemplar el desastre de sus vidas. Entonces se lamentan sin comprender y, como moscas que chocan una y otra vez contra el mismo cristal, se inquietan, sufren, se consumen, se afligen y se interrogan sobre el engranaje que los ha conducido allí donde no querían ir.
Sin embargo, es fácil de comprender. El problema está en que los hijos se creen lo que dicen los adultos y, una vez adultos a su vez, se vengan engañando a sus propios hijos. "La vida tiene un sentido que los adultos conocen" es la mentira universal que todos creen por obligación. Cuando una vez adulto, uno comprende que no es cierto, ya es demasiado tarde. El misterio permanece intacto, pero hace tiempo que se ha malgastado en actividades estúpidas toda la energía posible. Ya no le queda a uno más que anestesiarse como puede tratando de enmascarar el hecho de que no le encuentra sentido a la vida, y engaña a sus propios hijos para intentar convencerse mejor a sí mismo.
La gente cree ansiar y perseguir estrellas, pero termina como peces de colores en una pecera. Me pregunto si no sería más sencillo enseñárles a los niños desde el principio que la vida es absurda. Ello le robaría algunos buenos momentos a la infancia, pero permitíria que el adulto ganara un tiempo considerable (por no hablar de que uno se ahorraría al menos un trauma: el de la pecera).
Estamos programados para creer en lo que no existe, porque somos seres vivos que no quieren sufrir. Por ello empleamos todas nuestras energías en convencernos de que hay cosas que valen la pena y que por ellas la vida tiene sentido.
Creo que la lucidez hace amargo al éxito, mientras que la mediocridad alberga siempre alguna esperanza.
Camelias
Me pregunto qué ocurrirá cuando la única amiga que he tenido nunca, la única que todo lo sabe sin haber preguntado jamás nada , dejando tras de sí una mujer desconocida por todos, la sepulte con ese abandono bajo un sudario de olvido.
Habían imaginado que, a fuerza de fealdad, vejez, viudez y reclusión en una portería, me había convertido en un ser miserable resignado a la bajeza de su suerte, es que carecen de imaginación. Me he replegado, es cierto, y he rechazado el combate. Pero, en la seguridad de mi espíritu, no existe desafío que yo no pueda afrontar. Indigente de nombre, posición y apariencia, soy en mi entendimiento una diosa invicta.
Los ricos piensan que la gente modesta, quizá porque su vida está enrarecida, privada del óxigeno del dinero y el don de gentes, sienten las emociones humanas con una intensidad menor y una mayor indiferencia. Dado que éramos porteros, parecía darse por hecho que la muerte era para nosotros una evidencia en el curso de las cosas, mientras que, para aquellos a los que la fortuna había sonreído, había revestido el hábito de la injusticia y el drama.
¿Dónde se encuentra la belleza? ¿En las grandes cosas que, comos los demás, están sujetos a morir, o bien en las pequeñas que, sin pretensiones, saben engastar en el instante una gema de infinitud?
Si, el universo conspira a la vacuidad, las almas perdidas lloran la belleza, la insignificancia nos rodea. Entonces, tomémos una taza de té. Se hace el silencio, fuera se oye soplar el viento, el gato duerme, bañando en una cálida luz. Y, en cada sorbo, el tiempo de sublima.
Idea porfunda Nº8
Si olvidas el futuro
pierdes
el presente
...Pero si se teme el mañana es porque no se sabe construir el presente, y cuando no se sabe construir el presente, uno se dice a sí mismo que podrá hacerlo mañana y entonces ya está perdido porque el mañana siempre termina por convertirse en hoy, ¿lo entendéis?
De la gramática
Si le sirves a una enemiga
tejas de Ladurée
no creas
que podrás ver
más allá
La señora Michel tiene la elegancia del erizo: por fuera está cubierta de púas, una verdadera fortaleza, pero intuyo que, por dentro, tiene el mismo refinamiento sencillo de los erizos, que son animalillos falsamente indolentes, tremendamente solitarios y terriblemente elegantes.
Es la primera vez que conozco a alguién que busca a la gente y ve más allá de las apariencias. Puede parecer trivial, pero yo creo sin embargo, que es profundo. Nunca vemos más allá de nuestras certezas y, lo que es más grave todavía, hemos renunciado a conocer a la gente, nos limitamos a conocernos a nosotros mismos sin reconocernos en esos espejos permanentes.
Yo suplico al destino que me dé la oportunidad de ver más allá de mí misma y de conocer a la gente.
Bajo la cáscara
Nada en él delataba otros sentimientos que no fueran la cortesía y una indiferente benevolencia. Pero de la misma manera que los niños huelen bajo la cáscara de las conveniencias la verdadera textura de la que están hechos los seres, mi radar interno, presa de un pánico repentino, me indicaba que el señor Ozu me consideraba con atención paciente.
¿Sólo disfrutamos de nuestros bienes o de nuestros sentidos cuando estamos seguros de que disfrutaremos más aún? Quizá los japoneses sepan que sólo se saborea un placer porque se sabe que es efímero y único y, más allá de ese saber, son capaces de construir con ello sus vidas.
¿Sólo disfrutamos de nuestros bienes o de nuestros sentidos cuando estamos seguros de que disfrutaremos más aún? Quizá los japoneses sepan que sólo se saborea un placer porque se sabe que es efímero y único y, más allá de ese saber, son capaces de construir con ello sus vidas.
Quienes, como yo, se sienten inspirados por la grandeza de las cosas pequeñas, la buscan hasta en el corazón de lo esencial, allí donde, ataviada con indumentaria cotidiana, surge de cierto ordenamiento de las cosas corrientes y de la cereza de que es como tiene que ser, de la convicción de que está bien así.
Lluvia de verano
Cuando nos habíamos portado bien, se nos permitía darle la vuelta y sostenerla en la palma de la mano hasta que cayera el último copo al pie de la torre Eiffel cromada. Aún no había cumplido siete años y ya sabía que la lenta melopea de las pequeñas partículas algodonosas prefigura lo que siente el corazón durante una gran alegría. La duración se ralentiza y se dilata, el ballet se eterniza en la ausencia de obstáculos, y cuando se posa el último copo, sabemos que hemos vivido ese instante fuera del tiempo que es la marca de las grandes iluminaciones. A menudo, de niña, me preguntaba si estaría a mi alcance vivir instantes semejantes y hallarme en el corazón del lento y majestuoso ballet de copos, liberada por fin del tedioso frenesí del tiempo.
La invitación del señor Ozu había provocado en mí el sentimiento de esa desnudez total que es la del alma sola y que, nimbada de copos, provocaba ahora en mi corazón una suerte de deliciosa quemazón.
Lo miro.
Y me zambullo en el agua negra, profunda, helada y exquisita del instante fuera del tiempo.
Y entonces, lluvia de verano...
¿Saben lo que es la lluvia de verano?
Primero la belleza pura horadando el cielo de verano, ese temor respetuoso que se apodera del corazón, sentirse uno tan irrisorio en el centro mismo de lo sublime, tan frágil y tan pleno de la majestuosidad de la cosas, atónito, cautivado, embelesado por la magnificencia del mundo.
Luego, recorrer un pasillo y, de pronto, penetrar en una cámara de luz. Otra dimensión, certezas recién formadas. El cuerpo deja de ser ganga, el espíritu habita las nubes, la fuerza del agua es suya, se anuncian días felices, en un renacer.
Después, como a veces el llanto, cuando es rotundo y solidario, deja tras de sí un gran espacio lavado de discordias, la lluvia, en verano, barriendo el polvo inmóvil, crea en las almas de los seres una suerte de hálito sin fin.
Así, ciertas lluvias de verano se anclan en nosotros como un nuevo corazón que late al unísono del otro.
Y entonces, lluvia de verano...
¿Saben lo que es la lluvia de verano?
Primero la belleza pura horadando el cielo de verano, ese temor respetuoso que se apodera del corazón, sentirse uno tan irrisorio en el centro mismo de lo sublime, tan frágil y tan pleno de la majestuosidad de la cosas, atónito, cautivado, embelesado por la magnificencia del mundo.
Luego, recorrer un pasillo y, de pronto, penetrar en una cámara de luz. Otra dimensión, certezas recién formadas. El cuerpo deja de ser ganga, el espíritu habita las nubes, la fuerza del agua es suya, se anuncian días felices, en un renacer.
Después, como a veces el llanto, cuando es rotundo y solidario, deja tras de sí un gran espacio lavado de discordias, la lluvia, en verano, barriendo el polvo inmóvil, crea en las almas de los seres una suerte de hálito sin fin.
Así, ciertas lluvias de verano se anclan en nosotros como un nuevo corazón que late al unísono del otro.
Sobre sus hombros empapados en sudor
"De pronto, experimentó en sus hombros empapados en sudor una agradable sensación de frescor que no acertó a explicarse del todo al principio; pero, durante el descanso, vio que un nubarrón bajo que surcaba el cielo acababa de soltar su carga."
Por favor, acepte estos pocos presentes con sencillez.
Kakuro
Lluvia de verano sobre los hombros de Levin segando... Me llevo la mano al pecho, conmovida como nunca. Abro uno a uno los paquetes.
Un vestido pareo de seda gris perla, con un cuello chimenea, cerrado por delante por un lazo de satén negro.
Una estola de seda color púrpura, ligera y densa como el viento.
Zapatos de tacón bajo, de un cuero negro de grano fino y tan suave que me lo paso por la mejilla.
Miro el vestido, la estola, los zapatos.
Fuera, oigo a León que araña la puerta y maúlla para entrar.
Me pongo a llorar bajito, despacio, y en mi pecho se estremece una camelia.
Ahora ya sé lo que hay que vivir antes de morir. Bien: se lo puedo decir. Lo que hay que vivir antes de morir es un aguacero que se transforma en luz.
No he dormido en toda la noche.
¿Y saben por qué?
Por supuesto que lo saben.
Por supuesto, todo el mundo se imagina que, además de todo lo demás, es decir, de una sacudida telúrica que pone patas arriba una existencia súbitamente descongelada, algo ronda por mi cabeza de jovencita romántica quincuagenaria. Y que ese algo se pronuncia: "E incluso todo lo que queramos".
Mis camelias
Dicen que en el momento de morir uno vuelve a ver toda su vida. Pero ante mis ojos abiertos de par en par que ya no disciernen ni la furgoneta ni a su conductora, ya no ven nada de este mundo, desfilan rostros queridos y, para cada uno, tengo un pensamiento desgarrador.
En lugar de rostro, en realidad, primero hay un hocico. Si, mi primer pensamiento es para mi gato, no por ser el más importante de todos sino porque, antes de los verdaderos tormentos y las verdaderas separaciones, necesito quedarme tranquila sobre la suerte de mi compañero con patas.
Luego pongo mentalmente el destino de mi gato entre las manos de Olimpia Saint-Nice, con el alivio profundo que nace de la certeza de que lo cuidará bien.
Ahora ya puedo afrontar a todos los demás.
Manuela, amiga mía.
En el umbral de la muerte, te tuteo al fin.
¿Recuerdas esas tazas de té en la seda de la amistad?
Diez años de té y de llamarnos de usted y, al final del camino, un calor en el pecho y de esta gratitud sin límites por quién sabe quién o qué la vida, quizá, por haber tenido la gracia de ser tu amiga.
Cuánto te añoro ya...
Lucien, ¿qué queda exactamente de una vida cuando quienes la vivieron juntos hace tiempo que han muerto? Experimento hoy un sentimiento curioso, el de traicionarte; morir es como matarte de verdad. No es suficiente pues que sintamos alejarse a los demás, aún hay que dar muerte a quienes sólo subsisten a través de nosotros.
Paloma, hija mia.
Hacia ti me vuelvo.
No he tenido hijos, porque no lo quiso la suerte. ¿He sufrido por ello? No. Pero de haber tenido una hija, habrías sido tú. Y, con todas mis fuerzas, lanzo una súplica para que tu vida esté a la altura de lo que prometes.
Y usted, Kakuro, querido Kakuro, gracias a quien he creído en la posibilidad de una camelia... Si pienso hoy en usted es sólo fugazmente; unas pocas semanas no son la clave de nada; de usted no conozco mucho más que lo que fue para mi: un bienhechor celestial, un bálsamo milagroso contra las certezas del destino. ¿Podía ser de otro modo? Quién sabe... No puedo evitar que esta incertidumbre me encoja el corazón. ¿Y si...?
Ahora se pierde usted en la noche, y, en el momento de no verlo nunca más, he de renunciar a conocer jamás la respuesta del destino...
¿Acaso es eso morir? ¿Tan miserable es? ¿Y cuánto tiempo todavía?
Una eternidad, si sigo sin saber.
Última idea profunda
¿Qué hacer
frente al jamás
si no es buscar
el siempre
en unas notas robadas?
Por primera vez, he sentido dolor, tanto dolor. Es como un puñetazo en el estómago, me corta la respiración, tengo el corazón hecho migas y siento retortijones. Un dolor físico insoportable. Me he preguntado si me recuperaría algún día de este dolor. Me dolía tanto que tenía ganas de gritar. Pero no he gritado. Lo que noto ahora que el dolor sigue aquí pero ya no me impide andar o hablar es una sensación de impotencia y de absurdo totales.
Por primera vez en mi vida, he sentido el significado de la palabra nunca. Pues bien, es horrible. Pronunciamos esa palabra cien veces al día pero no sabemos lo que decimos antes de habernos enfrentado a un verdadero nunca más.
Pero cuando alguien a quien se quiere muere... entonces de verdad os digo que uno siente lo que significa, y hace mucho, mucho, mucho daño. Es como un castillo de fuegos artificiales que se apagara de golpe y todo quedara negro. Me siento sola, enferma, me duele el corazón y cada movimiento me cuesta esfuerzos titánicos.
Hemos cogido juntos el ascensor, sin hablar. Parecía muy cansado, más cansado que triste; me he dicho: así es como se ve el sufrimiento en los rostros sabios. No se nota demasiado, sólo provoca la impresión de un cansancio enorme.
Alguien se ha puesto a tocar el piano y se oía muy bien lo que tocaba.
Realmente no tengo ninguna idea profunda sobre esto. De hecho, ¿cómo tener una idea profunda cuando un alma gemela descansa en una cámara frigorífica de hospital? Pero sé que nos hemos parado en seco los dos y hemos respirado hondo, dejando que el sol nos calentara la cara y escuchando la música que venía de arriba. Pienso que a Renée le habría gustado este momento, ha dicho Kakuro. Y nos hemos quedado aquí unos minutos, escuchando la música. Yo estaba de acuerdo con él. Pero ¿por qué?
Pensando en eso esta noche, con el corazón y es estómago hechos papilla, me digo que a fin de cuentas quizá sea eso la vida: mucha desesperación pero también algunos momentos de belleza donde el tiempo ya no es igual. Es como si las notas musicales hicieran una suerte de paréntesis en el tiempo, una suspensión, otro lugar aquí mismo, un siempre en el jamás.
Si, eso es, un siempre en el jamás.
"La elegancia del erizo" de Muriel Barbery, es una lectura que al principio cuesta cogerle el tranquillo, cuando lo hice, volví al principio y comencé a leerlo otra vez, pero de una forma distinta que me hizo sacarle mayor partido para no dejar puntada sin hilo.
Todos tenemos una vida que va más allá de lo que mostramos, sobre todo a esos demás que no ven más allá de sus narices. En este libro se habla de filosofía, de lecturas que nos hacen crecer, de la música que nos transporta a un mundo interior que queremos proteger. Por eso utilizamos las espinas para marcar nuestro territorio, pero sólo unos pocos saben verlo.
Los personajes son:
La señora Michel, o Renée, portera de un edifico de un barrio burgués de Paris, detrás de la cual hay una persona culta y autodidacta.
Manuela, una mujer sabia, de esa sabiduría que da la vida
Paloma, una niña aparentemente mediocre pero que es superdotada.
Kakuro, persona sensible que sabe ver más allá.
A pesar de sus diferencias, se parecen y se reconocen.
Un libro que os recomiendo leer con la pausa que corresponde lo que merece la pena.
Después, ponerles cara a todos estos personajes en la película El erizo
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