Todo en la vida son ciclos, cambio y movimiento. Si observamos la naturaleza, entendemos que hay momentos en que las hojas caen para dar vida a nuevas ramas, y otros, en que el sol se esconde para aparecer la oscuridad. El viento barre las semillas para que los árboles y las flores sigan renovándose y adornando campos y parques. Las mareas son grandes maestras guiadas por el influjo de la luna, el mar crece y se abalanza sobre la arena ocultándola por completo, para luego regresar llevándose consigo parte de la playa.
La existencia es una rueda que gira incesantemente y lo que a veces está en la cima cae de repente en el abismo. Es el ritmo natural en el que se mueve el universo y nosotros con él. La aventura de vivir trae consigo el tránsito, no como un castigo, sino como parte inseparable de la existencia. Y todo ocurre a su debido tiempo.
Como dice el Eclesiastés:
"Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el cielo: Su tiempo el nacer, y su tiempo el morir; su tiempo el plantar, y su tiempo el arrancar lo plantado; su tiempo el matar, y su tiempo el sanar; su tiempo el destruir, y su tiempo el edificar. Su tiempo el llorar, y su tiempo el reír; su tiempo el lamentarse, y su tiempo el danzar. Su tiempo el lanzar piedras, y su tiempo el recogerlas; su tiempo el abrazarse y su tiempo el separarse. Su tiempo el buscar, y su tiempo el perder; su tiempo el guardar, y su tiempo el tirar. Su tiempo el rasgar, y su tiempo el coser; su tiempo el callar, y su tiempo el hablar. Su tiempo el amar, y su tiempo el odiar; su tiempo la guerra, y su tiempo la paz."
Solemos creer que casi todo en la vida está bajo nuestro control. Que somos nosotros los que decidimos cuándo hemos de sentirnos de una manera, cuándo hemos de comportarnos de otra. Pero la vida no entiende esa falsa creencia, son procesos y como tales siguen su interrogante equilibrio. Las tormentas se caracterizan por estallar en el cielo en poco tiempo. Y cuando se desatan, nos parece que el cielo se nos va a caer encima. Pero luego de la descarga, de la caída la lluvia, del viento huracanado que parece derribarlo todo a su paso, vuelve la calma, el cielo se despeja, y vemos otra vez el sol.
La vida es una constante toma de decisiones, la
mayor parte de ellas no tienen una gran trascendencia; en otros
casos, sin embargo, requieren de toda nuestra energía y es muy
probable que durante todo el proceso de elección, mas o menos largo,
nos conlleve una carga de ansiedad.
Acabo de cerrar una etapa
de mi vida, el desarrollo de la terminación ha sido largo y
doloroso, pero las terribles consecuencias que imaginaba no han
ocurrido, muy al contrario; me he dado cuenta de que debo soltar, lo que pasó, pasó... no importa! Cada cosa que
existe en este mundo terrenal, tiene un comienzo, un desarrollo y un
final, no tiene que haber un por qué, sino un para qué, para
seguir adelante, para hacer las cosas mejor que antes, para aprender
de los errores, cambiar las cosas de la vida que nos hacen daño
y empezar a andar el camino hacia la búsqueda de nuestra
felicidad.
Descubrí que no soy la princesa de cuento de hadas que creí; desnude a la mujer que soy, con sus miserias y sus grandezas. Mostré la capacidad de no ser perfecta, de estar llena de defectos y cobardías, de tener debilidades, de equivocarme, de hacer cosas indebidas, de no responder a las expectativas de los demás.
Cuando me miro al espejo, busco a la que soy HOY… y asumo mis contradicciones. No quiero sentir ese desasosiego permanente que produce correr tras las fantasías o los ensueños, quiero poder disfrutar del silencio.
Cuando pienso sinceramente en mi pasado no lo miro con nostalgia, es como si el
zapato se me hubiera quedado pequeño y el nuevo fuera lo suficiente
confortable para seguir mi vida actual mejorada, dispuesta a
disfrutar del momento en el que vivo más conscientemente.
Los
cambios externos deben simbolizar procesos interiores de superación,
la vida se mueve hacia delante, cerrando puertas; si puedes enfrentarte
a ellas, hazlo, pero sino, lo mejor es dejarlas ir; no por
orgullo ni por soberbia, ni con rigidez ni angustia, sino porque ya no encajas allí, en ese
lugar, en ese corazón, o en esa casa.
Yo no soy la misma que
fui hace unos meses, ni hace unos años; no hay nada a qué volver,
cierra los ojos, y no mires atrás, en la vida no se queda
quieto nada.
Tenía miedo del resultado y de los
sentimientos que afloran durante la etapa de la decisión. Miedo,
tristeza, culpabilidad... Tampoco creo que haya perdido el tiempo en
la conclusión de esta etapa, lo he decidido cuando mi interior me ha
dicho que era el momento y, al final, me siento orgullosa de no
haberme dejado llevar por lo que otros opinaban.
Tenía la
necesidad de un cambio, lo hice, y el resultado más
importante, es la sensación de libertad que da el
no mirar atrás.
La vida es tan corta, el oficio de vivírla es tan difícil y el ser humano tarda mucho en madurar, la exquisitez de madurar.
Maryflor
Pintura de Ann Getsinger
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