Te amo en silencio, bajo el manto de la discreción y el disimulo. Soy la amiga que te anhela por lo bajo, amante que te visita en los sueños. La primera vez que te vi estábamos acompañados, pero me sentía a solas contigo.
Mis ojos hablaron un lenguaje propio, y mis manos recordaron una antigua alianza en el pequeño instante que, sin querer, nos rozamos.
Mi voluntad, educada diplomática, sonríe y contiene lo inevitable, no quería traicionar, ni aventurarme en algo que parece una locura. Así permanezco, deseándote en secreto, manteniendo los pies en una tierra segura, tiene preferencia la formalidad, la misma que tiene a tantos otros heridos por el amor.
Mi historia es la que se escribe en el exilio, o en la cárcel en la que el reo ha sido confinado inmerecidamente. Una historia mutilada en el comienzo de su existencia, en el desgarro de lo que pudo ser y no fue.
Hubiera querido besarte, al menos una vez, para cerrar ese amor que buscaba abrirse camino en este mundo indiferente que había entre nosotros. Hubiera deseado abrazarte contra mi pecho, para sentir tu cuerpo, hubiera querido acariciarlo sin miedo, a plena luz.
Lo deseo tanto, tanto...
Pero mi deber, cruel dueño de mi voluntad, me esposó, me abofeteó, me escupió sin piedad. No tuve la fuerza necesaria para seguir con mi deseo. Y así, muda y temerosa vivo en el destierro.
Ambiciono no soñar y que mis deseos descansen en una tumba lejana, pero, que al menos, reposen en paz.
Maryflor
Pintura de Harold Muñoz
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