La soledad ingresa en nuestra casa
por el ojo de la cerradura.
Cuando la descubrimos, ya es tarde:
ocupará su lugar, en silencio,
con la displicente insolencia
de los no invitados.
Medrará a nuestro costa;
muchos serán los días o las noches
en los cuales su obstinación
resulte intolerable.
No conviene impacientarse con ella:
aún puede clavarnos más hondo
los dientes de su presencia.
Sin embargo, apenas advierta
una grieta de alegría
en el muro de nuestra tristeza,
partirá de inmediato,
muy segura de sí misma
y libre de rencores;
es una buena perdedora.
De todos modos sabe que,
en cualquier momento,
volverá para quedarse.
Carlos Spinedi
Pintura de Taras Loboda
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