Cuando se trata de ella, me agrada la plática,
y exhala para mí un exquisito olor de ámbar.
Si habla ella, no atiendo a los que están a mi lado
y escucho sólo sus palabras pacientes y graciosas.
Aunque estuviese con el Príncipe de los Creyentes,
no me desviaría de mi amada en atención a él.
Si me veo forzado a irme de su lado,
no paro de mirar atrás y camino como una bestia herida;
pero, aunque mi cuerpo se distancie, mis ojos quedan fijos en ella,
como los del náufrago que, desde las olas, contemplan la orilla.
Si pienso que estoy lejos de ella, siento que me ahogo
como el que bosteza entre la polvareda y la solana.
Si tú me dices que es posible subir al cielo,
digo que sí y que sé dónde está la escalera.
Las nubes han tomado lecciones de mis ojos
y todo lo anegan en lluvia pertinaz,
que esta noche, por tu culpa, llora conmigo
y viene a distraerme en mi insomno.
Si las tinieblas no hubiesen de acabar
hasta que se cerraran mis párpados en el sueño,
no habría manera de llegar a ver el día,
y el desvelo aumentaría por instantes.
Los luceros, cuyo fulgor ocultan las nubes
a la mirada de los ojos humanos,
son como ese amor tuyo que encubro, delicia mía,
y que tampoco es visible más que en hipótesis.
Melancólico, afligido e insomne, el amante
no deja de querellarse, ebrio de vino e la imputaciones.
En un instante te hace ver maravillas,
pues tan pronto es enemigo como amigo, se acerca como se aleja.
Sus transportes, sus reproches, su desvío, su reconciliación
parecen conjunción y divergencia de astros, presagios estelares adversos y favorables.
Mas, de pronto, tuvo compasión de mi amor, tras el largo desabrimiento,
y vine a ser envidiado, tras de haber sido envidioso.
Nos deleitamos entre las blancas flores del jardín,
agradecidas y encantadas por el riego de la escarcha,
rocío, nube y huerto perfumando
parecían nuestras lágrimas, nuestros párpados y su mejilla rosada.
Me quedé con ella a solas, sin más tercero que el vino,
mientras el ala de la tiniebla nocturna se abría suavemente.
Era una muchacha sin cuya vecindad perdería la vida.
!Ay de ti! ¿Es que es pecado este anhelo de vivir?
Yo, ella, la copa, el vino blanco y la oscuridad
parecíamos tierra, lluvia, perla, oro y azabache.
Hasta que llegó la noche estuve esperando verte,
!oh deseo mio!, oh colmo de mi anhelo!;
pero las tinieblas me hicieron perder la esperanza,
canto antes, aunque apareciera la noche, no desesperaba de que siguiera el día.
Tengo para ello una prueba que no puede mentir,
pues por muchas análogas nos guiamos en asuntos difíciles,
y es que, si te hubiera decidido a visitarme, no hubiera habido tinieblas,
y la luz, -tu luz- hubiera permanecido sin cesar entre nosotros.
La "bella paciencia" está prisionera;
pero las lágrimas corren libremente.
Abu Muhammad Ali Ibn Hazm
Pintura de Gaston Bussiere
Pintura de Gaston Bussiere
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