¿De qué está hecho el amor? sin duda de un compendio de muchas cosas.
Una de las más importantes para mí, es saber acompañar y consolar al otro. Parece obvio que cuando dos personas se quieren, se ayudan mutuamente en los momentos más dolorosos de alguno de los dos. Pero no siempre es así. ¿Cuántos de nosotros hemos necesitado en algún momento de nuestra vida el consuelo de la persona que amamos, y no lo hemos tenido? O, por lo menos no de la manera que la necesitábamos.
Consolar significa una dosis de generosidad, de afecto, de paciencia, de empatía. Significa olvidarse de uno mismo y de nuestros propios problemas para entender a quien sufre, compartir su tristeza y encontrar las palabras que le transmitan confianza. En el fondo, creo que es cobardía. La persona huye de ti cuando no sabe que decirte, sólo está preparado para darte una palmadita en la espalda. De esta manera sumas a tu dolor, el castañazo que te llevas de la persona que más esperas.
El reproche está listo:
- No entiendo por qué lloras, ya será para menos. No hay razón para ponerte así.
Terminas por disimular:
- Qué te pasa?
- Nada, no me pasa nada.
!Pero si que pasa! claro que pasa. Pasa de todo. ¿Por qué lo callas? Porque al dolor que sufres añades la decepción de no tener la respuesta necesitada. Es un pesar sordo, parecido al que se siente cuando te arrebatan algo que nunca habías esperado tener.
Y, mientras, es tan sencillo, que lo único que pides es que te digan:
- Cura sana, cura sana, culito de rana, si no se te pasa hoy se te pasará mañana. Necesitamos un achuchón bien dado, percibir la agradable sensación del calor de la otra persona para sentirnos capaces de hacer lo que sea.
Una actitud fría termina por apagar el fuego de la relación. Así que, susúrramelo.
Debería ser tan sencillo.
Maryflor
Fotografía de Nadia María
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