Sin saberlo haces tanto por mi, sin darte cuenta, sin ni siquiera pretenderlo, me haces creer en todo otra vez, en mí, en tí, en lo que me gustaría ser, y en vivirlo contigo.
Si un día, al leer mis palabras, presientes tu nombre en cada renglón, sabrás que nunca reclamé promesas, que me entregué así porque tus manos me sostenían, porque arrinconaste mi inseguridad y me diste a cambio un ligero destello.
Nos conocimos como si nada, de la nada misma que significa esa muchedumbre que a diario nos rodea, y sin esperarlo, sin planearlo, de repente, casi como milagro, en un lugar cualquiera aparecíste en mi vida.
Dejaste de ser nadie, empezaste a ser tú para mi.
Pero todos los días llegaba la hora de nuestro recorrido, tu hacia tu mundo y yo hacia el mío, con una mirada cómplice me alejaba con la esperanza de sentir lo sentido o solamente agradeciendo el momento vivido.
Luego, en el desierto cotidiano, apareces a cada instante en mi mente, tus gestos se convierten en un bálsamo para mi existencia, aun entendiendo que formas parte de otro mundo, que otros buscan y necesitan tu presencia y de que yo no formo parte, más que de un espacio reducido en tu vida.
He sembrado en mi la semilla de la esperanza. ¿Acaso alguna vez podrá ser real?. Te veo como un hombre demasiado especial para que hayas puesto tus ojos en una mujer como yo. Cuando estas a mi lado, trato que sientas que eres lo más importante, que me haces sentir orgullosa de tu compañía, que mereces conocer mi espacio y mi mundo interior.
Tu eres mi hombre mágico, has puesto de cabeza toda mi razón, me haces inventar un nuevo lugar para nuestro cariño, y crear un pequeño mundo en el que sea posible unirnos sólo los dos.
Haces que cada día tenga una nueva ilusión.
Maryflor
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