De tarde en tarde
A mi madre le gusta ir a ese café de sobrias lámparas
pedir galletas de vainilla,
tomar dos tazas de té
negro con parsimonia
como un acto ceremonial.
Hoy la he traído,
pues, cediendo al gesto filial mi tarde laboriosa.
Tras los
enormes ventanales vemos correr la vida afuera
mientras hablamos
de otros días
y la tibieza del lugar sugiere que la felicidad no
es más que esto.
De repente
como recuperando las palabras de
un sueño
ella dice: “Qué lástima que todo se termina”.
Lo
dice con sonrisa liviana, pues sabe
que ser trascendental no
conviene a la tarde.
Mi madre cumplió setenta y cuatro años
y
alguna vez fue bella.
Al fondo de las tazas el té pinta sus
signos.
Yo no sé que decir.
Miramos la avenida, las caras
planas de los transeúntes,
los árboles que callan.
Anochece.
Piedad Bonnet
Pintura de Thomas Kennington
Canto a la madre
No ansiaba vestidos, indumentos que engalanan al deforme y malvado.
Incomprendida, abandonada incluso por su marido, había enterrado seis hijos, pero no su buen carácter; hermanas y cuñadas la tenían por una extraña, por ridícula, porque trabajaba como una tonta para los demás sin pedir nada a cambio, y a la hora de su muerte no había hecho acopio de enseres, sólo había tenido una cabra blancuzca, un gato rengo, unos cuantos ficus...
Habíamos vivido todos junto a ella sin comprender que era precisamente ella la persona justa sin la cual, como en el dicho, no se tendrá en pie la aldea .
Ni la ciudad.
Ni nuestra nación entera.
Iván Denísovich
Pintura de Albert Anker
Madre
En las tardes oscuras y difíciles,
cuando pienso que no podré acabar
sin lágrimas ninguno de mis días,
y siento cómo crece con las horas
y cómo es insalvable la distancia
que nos separa, y nada me hace fuerte,
ni siquiera el amor de quien más quiero,
sólo busco el descenso de la noche
sobre mí con tu cuerpo y que tu abrazo
me entregue todavía ese universo
en el que no ha triunfado aún el frío.
Christian Law
Pintura de Benjamin Kenningthon
Caigo sobre sus manos
Cuando no sabía
aún que yo vivía en unas
manos,
ellas pasaban sobre mi
rostro y mi corazón.
Yo sentía que la noche era
dulce
como una leche silenciosa. Y
grande.
Mucho más grande que mi
vida.
Madre: era tus manos y la noche juntas.
Por eso aquella oscuridad me amaba.
No lo recuerdo pero está
conmigo.
Donde yo existo más, en lo
olvidado,
están las manos y la noche.
A veces,
cuando mi cabeza cuelga
sobre la tierra
y ya no puedo más y está
vacío
el mundo, alguna vez, sube
el olvido
aún al corazón.
Y me arrodillo
a respirar sobre tus manos.
Bajo y tú escondes mi rostro; y soy pequeño;
y tus manos son grandes; y la noche
viene otra vez, viene otra vez.
Descanso
de ser hombre, descanso de ser hombre.
Antonio Gamonal
Pintura de León Bazille Perrault
Nana
He pensado en tu muerte
y un resquicio de luz
te ha iluminado el gesto.
¿Me has oído, madre, el pensamiento?
He pensado en tu muerte
como un paisaje conocido y feliz
aunque no sepa situarlo con exactitud.
Y yo te llevaba de la mano.
Esteban Martínez
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